El scroll de la vida
El paciente que llega a sesión sabe que algo le está causando malestar en su vida. Pero cuando intenta verbalizar su padecer, algo parece interferir: la narración no es fluida, la memoria falla, no hay profundidad ni continuidad en el relato, hay saltos constantes. Como si, en verdad, estuviera describiendo el scroll de su vida: ese cúmulo de imágenes fragmentadas, likes, prompts, publicidades y consumo que han alterado su forma de pensarse en el mundo.
Este es un fenómeno moldeado por la interacción con el entorno digital desde edades cada vez más tempranas. El espacio terapéutico funciona como un no lugar (1), un paréntesis en la lógica productiva; como cuando estamos frente a un paisaje que nos conmueve o viajando sin posibilidad de conectarnos con lo cotidiano. Es allí donde dejamos de sostener, aunque sea por un momento, la mirada omnipresente de la virtualidad.
Esta es la gran paradoja de nuestro tiempo: creemos ser espontáneos, creativos, diseñadores de nuestra propia vida; pero, en realidad, estamos cada vez más fijos en un calabozo que nos proyecta imágenes que interpretamos como reales. La luz que emana de esa pantalla no ilumina, sino que agiganta la sombra interior del sujeto.
Diseño para llevar
Una droga de diseño es una sustancia sintética creada en laboratorios con el fin de ofrecer experiencias específicas a quienes la consumen. Se diseñan para distintos contextos —fiestas, introspección, evasión—, y como en cualquier mercado, la variedad en la oferta mantiene interesada a la demanda. Por eso también suelen hacerse más adictivas, garantizando la fidelidad del consumidor.
Esto sucede con sustancias como el éxtasis (MDMA) o el ácido lisérgico (LSD). Pero podríamos extender el concepto y decir que una droga de diseño es también aquello que tenemos ahora mismo en la mano: el dispositivo celular. Produce adicción, evasión, abstinencia, aislamiento, distracción, estímulo. Está diseñado para captar nuestra atención, influir en nuestras conductas, moldear nuestras interacciones y alterar incluso nuestra memoria. Es, en todo sentido, una droga de diseño.
El dilema
Aquí aparece el clásico dilema del “buen uso”. Algunos dirán: es solo una herramienta. Por supuesto. Pero toda herramienta exige cierta destreza, preparación, experiencia. En manos entrenadas, un martillo puede construir una casa. En otras manos, puede ser un peligro. ¿Quién dejaría un martillo cerca de un niño?
Lo que se promociona como un dispositivo de comunicación, alegría y creatividad, termina muchas veces produciendo el efecto contrario: aislamiento, tristeza, evasión. ¿Qué hay detrás de la tecnología móvil? Podemos pensar que, bajo una apariencia amable y luminosa, se ocultan: casinos, pornografía, exposición infantil, discursos de odio, acoso escolar, compras compulsivas, comportamientos adictivos y evitativos. Y la lista continúa.
No debí pensar jamás
Tu ilusión fue de cristal.
Se rompió cuando partí. (...)
Me faltó después tu voz
y el calor de tu mirar,
y como un loco te busqué,
pero ya nunca te encontré,
y en otros besos me aturdí…
¡Mi vida toda fue un engaño! (2)
¿A qué viene este fragmento de Contursi? A que el arte nos salva, por supuesto. Y también nos expone de forma atemporal.
En una “memoria de cristal” se generan ilusiones frágiles, que se quiebran cuando desaparece el estímulo. De ahí la necesidad imperiosa de comprobar el número de likes o de mirarnos en nuestras propias fotos como diciendo: “es cierto, yo estuve allí”.
Volviendo a casa
Pero luego de ese fugaz momento de saturación pixelada, nos quedamos sin el calor del contacto humano real, de las miradas, del juego, del crecer y del equivocarse. Buscamos como locos un elemento que nos vuelva a hacer sentir algo parecido, pero no lo encontraremos en quimeras falsas. Tal vez, el verdadero camino de regreso sea admitir que necesitamos volver a construir una brújula.
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Referencias:
(1) Marc Augé, Los no lugares. Espacios del anonimato. Una antropología de la sobremodernidad (1992)
(2) Mores y Contursi, Gricel (1942), https://www.todotango.com/musica/tema/93/Gricel/