¿Por qué escribir?

Nota preliminar: Los artículos publicados no usan ningún tipo de IA; cualquier error es estrictamente humano, quizás demasiado humano (1).

Uno pensaría que uno de los motivos de escribir es que transforma ciertos pensamientos en elementos durables, no solo es una forma de expresión y de comunicación, sino también de registro. Lo escrito se inscribe en un formato específico: se puede leer con pausa, permite volver sobre las palabras, repensarlo y elaborar una posición propia de co-construcción con lo dicho, que se asemeja al diálogo, a veces silencioso del análisis. Una de las virtudes de los poetas es la de condensar la complejidad en una frase, así lo hace Borges con estas seis palabras: “La literatura es como un sueño dirigido”.

Luego de unas semanas sin publicar ni tampoco escribir, en mi interior emergía esta pregunta: ¿Por qué escribir? Si estamos a la distancia de un mensaje de que la IA nos arme un párrafo y nosotros, como seres siempre carenciados, quizás hasta nos veamos identificados con la producción del encadenamiento de palabras, de los grandes modelos de lenguaje computarizado (IA). Además, la sociedad percibe que la producción textual —al igual que la información y el entretenimiento evasivo— comienza a sobreabundar.

Vemos algunos profesores enojados en las facultades, de pronto todos parecen haber salido del cuento de A. Clarke donde existía la máquina de Dios (2). Los alumnos no saben bien qué dicen, pero lo dicen demasiado bien.

El poder y la palabra.

No solo pareciera no existir la pausa necesaria para disfrutar de una lectura, sino que también los interlocutores de medios quieren tener verdades absolutas, sentencias que no requieren juicio crítico, ni siquiera un comentario. Vemos, por ejemplo, un presidente escribir:

”Las fuerzas del cielo han dado su veredicto de modo claro. No más palabras Sr. Juez. Fin” (2)

Más allá del confuso (¿delirante?) kafkiano contenido del mensaje, hay una palabra que se repite en otros comunicados, incluso de mandatarios de segunda o tercera línea, y también en panelistas y streamers de dudosa ética. Me refiero a la utilización de la palabra “FIN”, al terminar su enunciado. Como si lo dicho, se tratase de un dogma irrefutable, como si no se pudiese reflexionar sobre el comunicado, ni agregar cualquier palabra. Un “Fin” que clausura toda posibilidad, pensamiento y juicio crítico. Como dueños del gobierno de las palabras y por ello también el de darles el sentido que ellos quieren, como en la novela de Carroll:

“Cuando yo uso una palabra, significa exactamente lo que yo decido que signifique — ni más ni menos.”

Alicia:

“La cuestión es si realmente podes hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.”

Humpty Dumpty:

“La cuestión es quién ha de ser el amo — eso es todo.” p.132(3)

En el juego de nuestros días, quien domina el universo simbólico crea una forma de realidad particular.

Porque vivimos en una sociedad distraída e incapaz de procesar el cúmulo de sobreinformación falsa con medias verdades, que invade el ámbito de la vida pública y privada. Donde los mecanismos de persuasión de las grandes tecnológicas y de la industria de la atención continúan perfeccionándose. La IA irrumpe como interlocutor diario de los adolescentes que buscan un par. Las bombas reales que matan niños se disfrazan con videos generativos a un scroll de distancia, se justifican genocidios con genocidios. Todo es confuso y complejo, por eso es necesario, más que nunca, detenernos.

No detenernos para ser espectadores pasivos de un teatro del mundo que, por lo mencionado anteriormente, puede volverse cada vez más autoritario y antidemocrático —por no decir, siniestro—.

Detenernos para reflexionar en por qué hacemos lo que hacemos, por qué elegimos lo que elegimos, darle sentido a nuestras acciones, otorgarle profundidad. Que no quede todo en una superficialidad que va a una velocidad que no terminamos de poder captar.

Conectar nuestra experiencia con nuestra identidad, con nuestros valores, que también son heredados por nuestra historia generacional y por nuestro ambiente sociológico.

Una vez que uno deja de hacer las cosas por defecto, y tiene intenciónen su ser (Das-ein)(6), creo que es ahí entonces donde hay que plantarse, más firmes y flexibles que nunca, es emoción que literalmente significa: preparación para la acción.

Frente a un mundo móvil, sin referencias que nos ayuden a orientarnos, estamos extraviados y es necesario volver a ajustar nuestras brújulas existenciales, para entonces, como decía Whitman “comenzar a cantar hoy y no terminar el canto hasta la muerte” (4).

Pero no hablamos de cualquier canto, es un canto que tiene un significado que aporta un sentido, una historia, un camino, color y belleza al mundo. Que nos invita a construir redes comunitarias, a volver a escuchar, y a recuperar el momento que se nos escapa en el instante mismo que suena cualquier notificación que nos distraiga (que probablemente también sea propaganda).

Retornando a la pregunta que da título a este artículo:

¿Por qué escribir?

Porque escribir es una forma de pensar, y pensar de forma crítica es evitar ser silenciados por vía de la sobre-información. Escribir y leer de forma consciente nos da aire: para generar preguntas, para crear, para elaborar, para no clausurar significados. Para no decir “tengo la verdad absoluta”, ni mucho menos: “FIN”.

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Referencias:

(1). Alusión al texto de Nietzsche - “Humano, demasiado humano”

(2). Clarke, A. C. (1953). Los nueve mil millones de nombres de Dios. En Star Science Fiction Stories No. 1.

(3). Publicado en la red social X - 8 de mayo de 2025

(4). Carroll, L. (1871/2004). A través del espejo y lo que Alicia encontró allí (M. Negroni, Trad.). Losada.

(5). Whitman, W. (2008). Hojas de hierba (Traducción propia).

(6). Heidegger, M. (2003). Ser y tiempo (J. E. Rivera, Trad.). Fondo de Cultura Económica. (Obra original publicada en 1927)

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