El drama como motor existencial
“La sensación de estar en falta termina por provocar el crimen” A. Camus - La Caída
La ilustración de portada es de Ámbar Connell
El drama como motor de la existencia
Existen personas que encuentran una forma de satisfacción en la autoconmiseración, se regodean en la lástima —propia o ajena— y organizan su vida en torno al padecimiento. Para ellas, el dramatismo no es un accidente, sino un verdadero motor existencial. En este esquema, los pequeños o grandes momentos de la vida pasan inadvertidos, opacados por una nube gris de pesimismo que les impide ver más allá de sí mismos y de sus problemas inmediatos.
Distinción psicopatológica
Antes de avanzar, es importante diferenciar este funcionamiento de los trastornos del estado de ánimo, como la depresión. En esta última, los síntomas predominantes son la abulia (falta de voluntad), la apatía y la anhedonia (incapacidad para experimentar placer). En cambio, los cuadros que aquí nos ocupan se asemejan más a ciertas distorsiones de la personalidad, como el trastorno histriónico o los trastornos facticios, donde la persona exagera, finge o incluso provoca síntomas físicos o psicológicos de forma intencional con el fin de asumir el rol de enfermo o de cuidador.
Ante cualquier duda sobre un posible cuadro depresivo, siempre es importante consultar con un profesional de la salud mental.
El beneficio secundario del síntoma
En estos casos, el drama, el sufrimiento o la queja se constituyen en organizadores del aparato psíquico. Hablamos de beneficio secundario cuando el síntoma —sea real, ficticio o sobredimensionado— genera ganancias inconscientes: atención, contención, evasión de responsabilidades o reafirmación identitaria.
Incluso puede haber un goce vicario en el drama ajeno, como retrata Cortázar en su cuento La actitud en los velorios, donde una familia compite por el protagonismo del duelo en entierros que ni siquiera les pertenecen.
Estos beneficios no siempre son conscientes. Por eso, el síntoma persiste, reforzado por efectos afectivos e interpersonales que lo retroalimentan.
¿Por qué el drama se convierte en motivación?
Detrás de la queja, suele esconderse una necesidad de atención, es decir, un uso narcisista del síntoma. También puede funcionar como una estrategia de evitación: no asumir elecciones vitales, no tomar decisiones o no responsabilizarse por el propio deseo.
Esta carga, vivida como insoportable, suele ser reprimida o desplazada hacia la queja crónica. El drama permanente mantiene al yo en una especie de emergencia emocional sostenida, impidiendo la elaboración de duelos o la reconfiguración interna. El sujeto queda fijado a una posición regresiva, esperando que el mundo resuelva por él lo que no puede o no quiere asumir.
Desde una perspectiva lacaniana, el sufrimiento puede incluso convertirse en una forma de goce: un placer paradójico que va más allá del principio del placer, y que se sostiene en el dolor como única certeza subjetiva.
¿Cómo abordarlo en terapia?
Es fundamental señalar los beneficios secundarios del padecer con delicadeza, ya que estos pueden estar profundamente arraigados en la estructura de la personalidad y fuera del registro consciente del paciente.
Una línea de intervención posible consiste en preguntarse junto con el paciente:
¿Qué perdería si su sufrimiento cesara?
El objetivo es abrir un espacio para la asociación libre, donde el sujeto pueda comenzar —muy lentamente— a cuestionar su conducta, sus roles relacionales y sus formas de obtener reconocimiento.
Es importante no reforzar el circuito narcisista de la queja validándolo sin trabajo psíquico. El riesgo es que el terapeuta quede capturado en el relato minucioso, convirtiéndose en otro “testigo pasivo” del drama.
Tampoco se trata de confrontar el síntoma como si fuera falso o voluntario. El síntoma es real para el aparato psíquico, y su función debe ser comprendida como una solución de compromiso —aunque disfuncional— frente al conflicto interno.
“A veces, sin darnos cuenta, el malestar también nos protege: de soltar un lugar, de enfrentar una pérdida, o incluso de tomar una decisión.”
El sufrimiento como organizador psíquico
La queja puede llegar a ocupar el lugar del sí-mismo verdadero cuando este no ha logrado consolidarse con continuidad (Winnicott). En esos casos, el malestar deviene el único modo que el sujeto encuentra para sentirse vivo, real o en contacto con algo interno.
Estos modos de funcionamiento, al estar estructurados en la personalidad, requieren de un trabajo terapéutico profundo y sostenido. El sujeto no suele registrar que algo en él está mal: cree que el mundo está mal, y él solo es su víctima. Se concibe como un héroe abandonado, idealizado pero jamás reconocido, atrapado en una espera eterna que lo protege del dolor de asumir su propia fragilidad.
Lo idealizado suele ser aquello que no podemos aceptar en nosotros mismos.
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Drama as a Driving Force of Existence
Some people find satisfaction in self-pity, taking comfort in their own or others’ suffering. For them, drama is not accidental — it becomes the engine of their existence. In this dynamic, both small and significant life moments pass them by, clouded by a grey pessimism that limits their perspective to just a few steps beyond themselves and their immediate problems.
Psychopathological Distinction
Before going further, it’s important to distinguish this functioning from mood disorders such as depression. Depression is characterized by a specific set of symptoms, primarily abulia (lack of will), apathy, and anhedonia (inability to feel pleasure). In contrast, what we describe here resembles certain personality distortions, such as histrionic personality disorder or factitious disorders. In these cases, the person intentionally exaggerates, feigns, or induces physical or psychological symptoms to assume the role of the sick person or caretaker.
If you suspect a depressive condition, it’s important to consult a mental health professional.
The Secondary Gain of Symptoms
In such cases, drama, suffering, or complaint become central organizers of the psyche. The term secondary gain refers to unconscious benefits that a person may derive from their symptoms — whether real, fictitious, or exaggerated. These may include receiving attention, avoiding responsibilities, or reinforcing a particular identity.
Sometimes the drama is even borrowed from others, as illustrated in Julio Cortázar’s short story The Attitude at Funerals, where a family competes for the spotlight at strangers’ wakes through endless weeping.
These secondary gains create affective and relational rewards that reinforce the persistence of the negative cycle.
Why Does Drama Become the Primary Motivation?
Behind chronic complaint often lies a need for attention, a narcissistic function of the symptom. It may also serve as a way to avoid responsibility — for life choices that feel like a burden. This burden is often repressed or displaced into a permanent state of dissatisfaction, as recognizing it would threaten the person’s core life narrative.
In such cases, the ego becomes trapped in a state of ongoing emotional emergency, preventing mourning, emotional growth, or personal decision-making. The individual regresses to an infantile position, demanding the world fulfill unmet needs while refusing to take responsibility for their agency or the emotional pain beneath their negativity.
From a Lacanian perspective, this suffering can even transform into a form of jouissance — a paradoxical satisfaction that exceeds the pleasure principle and anchors the subject to a painful, yet familiar, experience.
How to Work on It in Therapy
Pointing out the secondary gain of suffering must be done carefully, as it is often deeply embedded in the personality structure and outside of conscious awareness.
A useful therapeutic question might be:
What would they lose if their suffering disappeared?
The goal is to open a space for free association, allowing the person to slowly begin questioning their behaviors and relational patterns. This also involves recognizing the roles they assume in relationships, both inside and outside the family.
It is crucial not to gratify the patient’s narcissistic need to be cared for or validated at all costs — the therapist may risk being drawn into the drama and becoming another figure in the patient’s network of enablers.
At the same time, we do not dismiss the symptom as fake or voluntary. We understand it as a real psychic response — a compromise formation that, while dysfunctional, attempts to resolve internal conflict.
“Sometimes, without realizing it, our distress protects us — from letting go, from facing a loss, or from making a decision.”
Suffering as a Psychic Organizer
Complaint may become a core identity when a person has been unable to develop a consistent true self (Winnicott). In such cases, distress becomes the only way the subject feels real or emotionally connected to themselves.
Because these patterns are rooted in the structure of personality, they require deep and sustained psychological work. The individual often does not believe anything is wrong with themselves — they see the world as flawed, while they are the hero betrayed, the unrecognized savior still waiting for a moment that will never come.
What we idealize is often what we are unable to accept in ourselves.